Hace unos días soñé que mi esposo nos abandonaba a mi bebé y a mí, me sentí indefensa, vulnerable y necesitada de apoyo, por lo que busqué refugio en mis papás, pero ellos también nos dejaban a nuestra suerte. Empecé a llorar en el sueño y me despertó la profunda tristeza que sentía por el estado en que me encontraba en el sueño. Al despertar, reflexioné sobre el sentimiento de abandono que muchas veces experimentamos y que se manifiesta de diferentes maneras, generalmente oculto bajo la máscara de alguna otra emoción o conducta.
Los seres humanos somos muy vulnerables a esa sensación de ser abandonados. Lo somos principalmente durante nuestra infancia temprana. Durante esta época no solemos tener argumentos para responder adecuadamente y bajo la luz de la Palabra a cualquier herida que podamos sufrir, lo cual nos hace altamente vulnerables a acabar creyendo mentiras respecto de nosotras mismas. En el caso del abandono, cuando un menor sufre el divorcio de los padres o el abandono de hogar por parte de alguno de los cónyuges sin recibir el acompañamiento profesional y espiritual adecuado; en su mundo interior, se verá a sí mismo como el causante del conflicto y del abandono. Pensará que no fue lo suficientemente bueno para hacer que sus padres lo amaran y que por eso fue abandonado, desarrollará temor, culpa y vergüenza por no haber sido suficiente, se volverá manipulador, controlador, perfeccionista o excesivamente servicial en búsqueda de aprobación; transitará por la vida asumiendo que estas cosas que creyó de sí mismo son verdad. Probablemente tú hayas pasado por una experiencia de este tipo y actualmente no logras entender el por qué de algunas actitudes que te lastiman.
Las personas solemos actuar de una o de otra manera sin darnos cuenta de nuestras motivaciones internas, y sufrimos. Principalmente sufrimos porque en nuestro interior seguimos siendo aquella niña abandonada que aún busca sentirse suficiente y digna de ser amada; seguimos siendo la niña que trata de obtener amor por la fuerza y la manipulación y no dejamos de sentir la culpa y la vergüenza de no haber sido suficientes desde el primer momento. En general, el motivo de nuestro sufrimiento se debe a que tratamos de llenar ese vacío de formas que nosotras mismas inventamos y no recurrimos a nuestro Padre para ser sanadas.
Quiero decirte que no fuiste creada para ser prisionera de un espíritu de abandono; Dios te está llamando para que experimentes la libertad que él puede darte, para que experimentes la sanidad que proviene de él. Esta libertad la consigues a través de un proceso, se requiere descubrir las mentiras que has creído sobre ti misma y que se han convertido en paradigmas que gobiernan tu manera de vivir y empezar a verte de la forma como Dios te ve. En primer lugar, la Biblia dice que “Aunque mi padre y mi madre me hayan abandonado, el Señor me recogerá” (Salmos 27:10) y también que aunque la mujer se olvide del niño de pecho, sin compadecerse del fruto de sus entrañas, Dios no me olvidará (Isaías 49:15). Partiendo de acá quiero decirte algunas verdades de lo que Dios dice de ti, para que puedas empezar a meditar en ellas:
- Eres suficiente, eres amada: No necesitas ganarte el amor de Dios a través de la manipulación, el control, perfeccionismo o servilismo, él ya te ama. (Jeremías 31:3)
- El único que nunca te va a abandonar es Dios, lo asegura muchas veces en su palabra. (Josué 1:5,9; Salmos 27:10, Isaías 49:15), él te tiene esculpida en la palma de su mano y de ahí no podrás ser arrancada (Isaías 49:16)
- Eres justificada, la culpa y la vergüenza no se pueden señorear sobre ti: Aunque el enemigo haya tratado de hacerte sentir que el motivo por el que fuiste abandonada es porque hay algo mal contigo, el Señor te dice que: “No hay condenación para el que está en Jesús” (Romanos 8:1), El Señor te ha justificado a través de la Jesucristo (2º Corintios 5:21) y “¿quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica (Romanos 8:33). El Señor ha vencido a tu acusador (Apocalipsis 12:10-11)
Oro para que este sea el primer paso en el camino de tu libertad, Bendiciones!
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