Nunca en la vida me había sentido tan desilusionada, vacía y enojada como aquel 4 de diciembre. Me encontraba en la sala de recuperación de un pequeño sanatorio, volviendo en sí de los efectos de la anestesia. No me dolía el cuerpo…me dolía el alma. Todo había empezado un par de semanas antes; la ginecóloga a la que estaba consultando por mi embarazo me había dicho que había problemas con mi embarazo. Habíamos dado más tiempo para ver si se resolvía y mientras esperábamos, tuve que hospitalizar a mi esposo y quedarme con él durante un par de noches en el hospital. Vivimos solos fuera de nuestro país, y aunque contábamos con el apoyo de nuestros amigos, aquello me hacía sentirme solitaria y abrumada.
Yo ya amaba a ese niño, estaba llena de ilusión por su llegada, así que, a medida que la situación se fue complicando más, fui sintiendo mi corazón romperse poco a poco, mientras resultaba más evidente la posibilidad de perder al bebé. Estaba determinada a hacer todo lo que pudiera por tener a ese bebé. Aunque ese hacer todo lo posible significara más que todo orar y tener fe en la voluntad de Dios. Hasta el día de hoy, creo que esas han sido las dos semanas más estresantes de mi vida; iba de una fe tenaz a temor, de llantos a risas, de consuelo a desconsuelo; así que, al regresar de la anestesia, después de haber perdido al bebé, sentía el alma como hirviendo en un caldo de emociones. Sentía alivio porque ya tenía certeza de lo que iba a suceder; pero más que alivio, había tristeza, desilusión, confusión, ira, dolor, estaba enojada con Dios. Desde mi perspectiva, Él había mentido. Con todo y todo, logré hacer una oración, la oración más sincera que pude hacer en ese momento expresando todas las emociones que afloraron a mi mente y también pedí lo que necesitaba: fuerzas, consuelo y respuestas, estaba segura que todo esto podía encontrarlo sólo en Él.
Los hijos te cambian, te marcan la vida; incluso si nunca tuviste la oportunidad de verles la carita, de acariciar sus piecitos y de besuquear sus mejillas; incluso si todos los castillos que habías construido en el aire al acariciar tu pancita, caen de repente derribados al suelo. Mi bebé me cambió a mi, fue usado por Dios para enseñarme varias lecciones que podrían ser útiles también para ti.
La fe no avergüenza (Romanos 5:4-14), sabias palabras de mi pastora que aún resuenan en mi mente y en mi corazón; yo creí hasta el final que mí bebé viviría, que Dios tenía y tiene el poder para darle vida. A pesar de que mi bebé hoy esté en el cielo, Dios sigue teniendo ese poder. Dios está en control y hay una voluntad superior a la mía que gobierna soberanamente sobre la humanidad con propósitos aún más hermosos de lo que podamos imaginar. Mantente firme y creyendo que todo lo que Él hace y permite en tu vida obra para bien.
Dios siempre está con nosotras (Isaías 41:17). Estuvo en los momentos de angustia e incertidumbre, estuvo en el hospital, y ahora, en medio de mi proceso de luto, aún cuando la oscuridad de la depresión me intimidaba desafiante, Dios estaba conmigo, escuchándome, consolándome, animándome a dejarle trabajar en mí. Hubo momentos en que sentí que no soportaría, me veía caer profundo y arrastrar conmigo mi matrimonio; pero Dios estuvo ahí, recordándome que Él es mi fortaleza y que Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Vas a salir de este duelo, no con tus fuerzas, sino con las fuerzas de Dios, porque Él está ahí para ayudarte, Él desea darte las respuestas que tanto anhelas; puedes acercarte confiadamente al trono de la gracia y recibir de Él las respuestas, la fuerza, el ánimo y todo lo que necesitas.
La vida lejos de Dios está condenada al fracaso (Juan 15:5). Estando en el pozo de la angustia, reconocí que no quería volver a vivir un segundo de mi vida lejos de Dios y que sólo Él podía sacarme de ahí. Anteriormente, cuando era muy inmadura había pasado por situaciones en las que había decidido que lo mejor era alejarme de Dios y siempre había regresado a sus pies, así que ahora que me encontraba tan necesitada de un amigo, de amor, de consuelo, de respuestas, el mejor lugar para encontrarlas era a sus pies. No permitas que tu situación te aleje de Dios, el ha prometido que reirás (Salmos 126:6, Lucas 6:21); y lo harás.
No sé qué es lo que has perdido, puede haber sido una relación, el trabajo, un hijo, una propiedad, dinero, la salud, etcétera. Quiero decirte que Dios está contigo, que Él quiere traer el consuelo y la restitución que necesitas. Dios no está enojado contigo, su misericordia no se ha acabado, Él tiene el poder para levantarte del pozo de la desesperación y sanarte. Es normal estar triste y pasar por un proceso de duelo, en el cual Dios quiere acompañarte; te garantizo que, de su mano, te levantarás victoriosa.
#pérdida #duelo #luto #victoria #sanidad #transofrmacion #relatosdeunavasija
Deja una respuesta