Hemos hablado anteriormente de las consecuencias que la herida del rechazo puede causar en nuestra conducta y en nuestra personalidad https://wp.me/p9QI6o-2c y también sobre los diferentes niveles que el rechazo pueda alcanzar si no lo afrontamos adecuadamente https://wp.me/p9QI6o-2g
Creo que todas estaremos de acuerdo en que ninguna persona puede librarse de enfrentarse al rechazo tarde o temprano en su vida. La entereza con que logremos sobrellevar este momento radica en las herramientas psicológicas y espirituales que tengamos para enfrentar la situación. Por lo cual, me parece importante analizar estas herramientas a la luz de la Palabra.
En la Biblia podemos observar muchos casos de personas que sufrieron el dolor del rechazo: David, siendo rechazado y perseguido por Saúl; Pablo, siendo rechazado por la iglesia porque dudaban de su conversión; Ana, rechazada por Penina por ser estéril. Pero quisiera resaltar el hecho de que el mismo Jesús, nuestro maestro, sufriera en carne propia el rechazo de diferentes sectores. Isaías había profetizado de Él que sería “Despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, hecho para el sufrimiento. Todos evitaban mirarlo; fue despreciado, y no lo estimamos.” (Isaías 53:3 NVI). En Mateo 21:42 Jesús se describe a sí mismo como “la piedra que desecharon los edificadores”; también resulta evidente que quienes buscaron crucificarle, le rechazaban a Él y sus enseñanzas (los motivos de su rechazo eran diversos); nosotras mismas, antes de conocerle, le hemos rechazado. ¿Qué fue lo que mantuvo a Jesús firme en su llamado y fiel hasta la muerte, a pesar de la dura crítica y el dolor del rechazo?
- Identidad firme y sana. Uno de los argumentos que las personas usaban para rechazar a Jesús y su enseñanza lo encontramos en Mateo 6:54-56 “y llegó a su propia tierra, donde comenzó a enseñar en la sinagoga del lugar. La gente, admirada, decía: – ¿Dónde aprendió éste todo lo que sabe? ¿Cómo puede hacer esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero, y no es María su madre? ¿No es el hermano de Santiago, José, Simón y Judas, y no viven sus hermanas también aquí entre nosotros? ¿De dónde le viene todo esto?” Pero Jesús sabía que Él no era solamente el hijo de María y de José, sino que era el mismísimo Hijo de Dios, que Él era el cumplimiento de todas las profecías bíblicas, es Él mismo es Dios. Muchas veces tendremos que enfrentarnos al rechazo de las personas porque nos juzgarán por nuestro estatus social, económico, educativo, etc.; pero en todo momento debemos de tener en nuestra mente y corazón la certeza de que antes de ser pobre, adinerada, licenciada, doctora, o cualquier otra etiqueta que podamos recibir, somos hijas del Dios Altísimo y somos su especial tesoro.
- Escuchaba lo que el Padre decía de Él. Dios es quien mejor conoce a cada una de nosotras, Él es el que sabe quienes somos y para qué fuimos creadas. De manera que necesitamos leer su palabra y preguntarle a Èl, qué dice de nosotras. Jesús oraba continuamente, subía al monte a orar y puedo estar segura que en esos tiempos de oración el Padre reafirmaba su identidad diciéndole quién era Él. Pero un ejemplo muy claro de esto lo podemos ver cuando Jesús fue bautizado. El Padre habla desde el cielo y dice: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17). La gente va a tener muchas etiquetas para colocarte, pero la etiqueta que debes leer siempre, porque es la que dice la verdad, es la que el Padre te da, en la cual dice que tu también eres su hija, que eres amada, y que Èl se complace en ti.
- Oración: Lucas 22:39 al 46 nos narra cómo Jesús oraba antes de enfrentarse a la crucifixión. Pero me llama la atención el verso 39: “ Como de costumbre, Jesús salió de la ciudad al monte de los Olivos, y sus seguidores fueron con él.” Esto significa que Jesús no buscó la comunión con el Padre sólo en momentos angustiosos; sino que lo hacía tan frecuentemente que se había vuelto una costumbre. Marcos 14:32-42 nos narra el mismo evento con las siguientes palabras: (versión PDT) “ …Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan. Comenzó a sentirse afligido y a angustiarse mucho. Les dijo: —¡Mi tristeza es tan grande que me siento morir! Quédense aquí y manténganse despiertos.” El dolor que el rechazo puede causar es muy grande, y si permitimos que genere raíces o que se vuelva una fortaleza es más doloroso aún. Pero en cualquier momento podemos traer toda esa tristeza delante de Dios y permitirle sanar nuestro corazón.
Si tu herida no fue afrontada a tiempo y permitiste que se formara una raíz, o una fortaleza, no es tarde; puedes seguir el modelo de Jesús y recibir tu sanidad. Como todo lo bueno en esta vida, tomará tiempo y requerirá esfuerzo de tu parte, pero está disponible para ti hoy.
Te bendigo!
Deja una respuesta