Puedo imaginar a la reina Ester parada ante el palacio del rey, tomando un respiro profundo antes de iniciar aquella caminata que ponía en juego no sólo su vida, sino la de todo su pueblo. Exhalando con pesadez se dispuso a dar el primer paso, algo temblaba dentro de ella y su vida entera pasaba frente a sus ojos. Había crecido huérfana, nunca imaginó llegar a ser la reina de aquel imperio, un paso más, había vivido cautiva en una nación desconocida, muy lejos de su tierra, otro paso, nunca imaginó tener la influencia que ahora tenía, un paso más, ¿cómo había podido llegar a encontrarse en esa situación?, un paso más, quien sabe si para este tiempo has llegado al reino, había dicho su tío; ¿quién sabe? Se repitió. Sin darse cuenta se encontraba ya frente al rey, había vencido su impulso por regresar sobre sus pasos y ahora aguardaba… su mirada congelada en el frío piso mientras esperaba el veredicto…
¡Cuántas veces me he sentido identificada con este momento en la vida de Ester! Quisiera poder decir que desde muy pequeña creí que podría lograr grandes cosas, alcanzar las estrellas y llegar tan lejos como me lo propusiera; sin embargo no ha sido así, por el contrario he encontrado muchas voces en mi mente que me cuentan todos los motivos por los que no tendría derecho ni siquiera de soñar. En muchas ocasiones he sentido que he alcanzado el límite de mi capacidad y de pronto siento la mano de Dios empujándome a dar un paso más.
Muchas de nosotras tenemos ideas acerca de nosotras que nos llenan de temor, nos frenan y determinan límites dentro de los cuales nos sentimos bastante seguras. Estos límites en nuestra mente y corazón generalmente han sido definidos por haber escuchado a personas que nos dijeron mentiras respecto a nosotras, las cuales aceptamos como verdades y establecimos como cimientos de nuestra identidad. Necesitamos desaprender estas mentiras y reemplazarlas por la verdad; esa vedad la encontramos en la Palabra de Dios.
• Hay un límite al que llamo “incapacidad asumida” el cual nos habla de los motivos por los que no seríamos capaces de hacer aquello que Dios nos ha llamado a hacer. Con esto no me refiero solamente a temas relacionados con espiritualidad, sino a todo lo que tenga que ver con ejercer tu dominio e influencia en el área donde Dios te ha colocado. Es aquella voz que te dice que no puedes, que no tienes la habilidad o la capacidad necesaria. Gedeón se sintió así cuando Dios le encomendó liberar a Israel de mano de los Madianitas (Jueces 6), v.15: “―Pero, señor —objetó Gedeón—, ¿cómo voy a salvar a Israel? Mi clan es el más débil de la tribu de Manasés, y yo soy el más insignificante de mi familia.”, pero Dios le dijo “ve con la fuerza que tienes” (v.14) y “Tú derrotarás a los madianitas como si fueran un solo hombre, porque yo estaré contigo.” (V.16) el Señor nos asigna misión y propósito (Genesis 1:28-29) y nos dota de las herramientas que necesitamos para llevarlas a cabo (Salmo 18:33-34), además, nos promete ir con nosotros para garantizarnos la victoria (Josué 1:9)
• Otro límite puede ser “no tengo recursos”; puede ser tiempo, dinero o estrategia. Si continuamos estudiando el caso de Gedeón, podemos ver que Dios le proveyó de un ejército y de la estrategia que derrotó al enemigo. (Jueces 7). Pablo también dijo en Filipenses 4:13 “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” refiriéndose a que podía atravesar escasez, abundancia y cualquier situación porque Cristo estaba con Él y suplía todas sus necesidades.
• La última limitante que quisiera mencionar es “quizás no es el momento”. Esta no es una invitación para hacer las cosas apresuradamente y sin evaluar los pros y contras antes de emprender cualquier acción (Lucas 14:28-32). Lo que quiero decir es que muchas veces utilizamos este argumento para postergar los planes que tenemos, aún cuando es el tiempo de tomar acción. (Eclesiastés 3:1). ¿Y quien sabe si para este tiempo has nacido?
Te invito a dejar tus límites atrás y dar el siguiente paso, ¡hay cosas grandes que Dios tiene para ti más allá de las fronteras de tu zona de confort!
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