Hace unos días el dentista me encontró una mancha oscura en el paladar y me indicó que había que observarla con cuidado porque ese tipo de pigmentación suele ser indicador de enfermedad. Al principio me lo tomé a la ligera, pero cuando comprendí que me había insinuado la posibilidad de tener cáncer, me asusté.
Esa noche, en medio del miedo, la incertidumbre y, exagerando un poco la situación, colocándome frente a la posibilidad la muerte, no pude más que agradecer. Recordé las palabras de una amiga, con las cuales me había consolado cuando perdí a mi primer bebé: “la verdad es que no merecemos nada, merecíamos la muerte y Dios nos dió vida y además muchas bendiciones”. Esto me abrió la puerta para pensar en cuántas cosas tengo para agradecer; tengo una familia hermosa, soy amada, cuento con el apoyo de mis padres y hermanos, dos hijos adorables; en fin… solo motivos para agradecer; entonces ¿qué si había llegado mi hora? Había disfrutado mi corta vida y todo esto había sido obra tan sólo de la gracia de mi buen Dios.
Toda esta meditación y el agradecimiento que llenó mi corazón me hicieron olvidarme de la preocupación que había iniciado todo. Ese momento me hizo descubrir que un corazón agradecido no tiene lugar para la tristeza, el temor, la ira y mucho menos para la queja. Con razón nos manda la Biblia “no se preocupen por nada. Más bien, oren y pídanle a Dios todo lo que necesitan, y sean agradecidos”. (Filipenses 4:6 TLA)
Ser agradecidas nos coloca en una posición en la que vemos cuán grande y bueno ha sido Dios con nosotras y a tener la confianza de que lo volverá a ser. Así es que quiero invitarte a que, sea cual sea tu situación, busques en lo profundo de tu corazón un motivo para agradecer y desates un ambiente de adoración. Dios se glorifica en medio de la alabanza de los que le adoramos.
Bendiciones!
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