Este día hablábamos con mi hijo de la sanidad del paralítico de la puerta de la Hermosa (Hechos 3:1-26). Me llamó la atención el hecho de que Pedro tuviera que pedirle al paralítico que le mirara; esto me llevó a ponerle más atención al contexto. El hombre había nacido paralítico. Para los judíos de aquella época, una persona con este tipo de padecimiento era de inmediato estereotipada con el calificativo de pecador (Eg. Juan 9:2). En una sociedad abiertamente religiosa en la que la santidad ritual era altamente apreciada, este tipo de calificativo le despojaba inmediatamente de toda su dignidad, se convertía en alguien inferior. Su condición no estaba determinada por su pobreza, sino por su clasificación como pecador. Por lo tanto, no tenía la dignidad requerida para ver a un hombre «santo» a la cara y esta es la razón por la que Pedro debió pedirle o autorizarle para verle. Por si esto fuera poco, tenía vedado entrar al templo, que representa la presencia de Dios. Definitivamente era un hombre muy desdichado.
¿Cuántos de nosotros nos hemos sentido tan desdichados como este paralítico? Alguna enfermedad en nuestra alma nos ha hecho sentir inferiores al resto de personas, vamos por la vida cargados de indignidad, vergüenza, culpa y resentimiento. Estamos paralizados por una herida emocional que incluso nos bloquea la dicha de poder entrar a la misma presencia de Dios.
No fuimos llamados a vivir una vida desdichada, Dios nos ha ofrecido un futuro y una esperanza (Jeremías 29:11), una vida en libertad (Juan 8:36) y en abundancia (Juan 19:10).
Los motivos por los que una herida así pudo haber llegado a tu corazón son tantos que honestamente creo que sólo Dios puede traerte revelación sobre el área y el momento de tu vida en el que necesitas recibir sanidad. Una cosa sí es cierta y es que Dios está interesado en traer esa revelación y además en traer sanidad. Este es tu tiempo para salir de esa parálisis emocional y espiritual en la que has estado estancado por mucho tiempo; hoy vengo como un Pedro a decirte: mírame… En el Nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.
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