Hay un libro llamado “Pies de Cierva en los Lugares Altos” que te recomiendo leer. Es una alegoría sobre una pequeña oveja llamada Miedosa quien, en su búsqueda por estar cerca del Buen Pastor, emprende un largo viaje hacia los lugares altos guiada por dos compañeras terribles, amenazadoras y realmente nada deseables llamadas Pena y Congoja. El libro ilustra magistralmente la forma en que Dios utiliza todo lo que nos sucede, incluyendo lo que podríamos considerar negativo, con el fin de hacernos crecer y acercarnos más a Él.
Las compañeras de Miedosa, Pena y Congoja, me hacen pensar en lo importante que éstas son para el crecimiento personal y en lo trascendental que resulta para nosotras aprender a “reciclar el dolor”, entendiendo reciclar como el proceso de “Someter materiales usados o desperdicios a un proceso de transformación o aprovechamiento para que puedan ser nuevamente utilizados” (tomado del diccionario de Google).
Es muy diferente reciclar el dolor que rumiar el dolor. En el proceso de reciclaje, algo que ya no era útil, o sea basura, se convierte en algo que pueda ser aprovechado nuevamente; mientras que rumiar sería un reprocesamiento de algo sin un propósito más que el reprocesamiento en sí. En un sentido figurado, rumiar el dolor sería, sacar el pensamiento negativo desde lo más profundo de nuestro corazón y pensar en él, meditar en él, darle vueltas en nuestra cabeza y desarrollar nuevos sentimientos e ideas en torno a este pensamiento. El peligro de rumiar el dolor radica en que mientras más pensemos en aquello que nos lastimó, más poder le damos. Nos exponemos a la posibilidad de que el dolor se arraigue con más fuerza en nuestras vidas y que incluso actuemos basadas en las heridas y en el dolor que éstas nos causaron. El dolor mal canalizado, que no recibe el tratamiento adecuado, puede llevarnos a desarrollar ideas erróneas que se convierten en paradigmas o en un contrato que realizamos inconscientemente con nosotras mismas o con el diablo y sus demonios.
La mayoría de nosotras, si no es que todas, le rehuiríamos a encontrarnos en situaciones dolorosas. Nos olvidamos que el dolor resulta necesario para nuestro propio crecimiento y desarrollo personal. Hay algo positivo en el dolor, en el fracaso, en la pérdida; y es que nos obliga a reinventarnos, a crecer, a expandirnos más allá de lo que creíamos ser capaces; nos demuestra que podíamos ir más allá de lo que nuestros límites mentales nos habían impuesto.
A veces, tendemos a creer que la vida cristiana implica ser inmunes a las situaciones dolorosas, pero en la Biblia no encontramos ninguna promesa de que no sufriríamos. Mas bien encontramos que Jesús mismo, siendo Dios, fue un hombre que sufrió desprecios, fue varón de dolores, experimentado en quebrantos. También encontramos a Jesús hablando en el sermón del monte de las recompensas que recibirían los pobres de espíritu y los que lloran, los que sufran persecución e insultos por la causa del evangelio. Santiago 1:2 al 4 dice: “Hermanos en Cristo, ustedes deben sentirse muy felices cuando pasen por toda clase de dificultades. Así, cuando su confianza en Dios sea puesta a prueba, ustedes aprenderán a soportar con más fuerza las dificultades. Por lo tanto, deben resistir la prueba hasta el final, para que sean mejores y puedan obedecer lo que se les ordene” (TLA) (énfasis añadido). Notemos que según estos versículos, el fin de todas las pruebas y dificultades es que seamos mejores y podamos ser obedientes. Dios tiene un plan para cada una y éste requiere de nuestra obediencia total. Nuestros planes muchas veces difieren de los de Dios y nos olvidamos de que Él nos creó, nos dio capacidades y nos facultó para cumplir con su plan. Cuando nos rehusamos a caminar sus caminos, abrimos la posibilidad al dolor y estamos sujetas a recibir de Él la disciplina que cualquier padre amoroso brindaría a sus hijos, el fin de este dolor es generar arrepentimiento y, con amor, hacernos volver a Él.
Pero también hay un cierto dolor que no nos viene como resultado de la desobediencia, sino que viene de repente, como el de Job, sin haber desobedecido; como el de Jesús, que es puro y sin mancha. Honestamente no hay una explicación sencilla para ese tipo de dolor. Sólo sé que en los dos ejemplos, la historia concluye en un final muy glorioso. En el caso de Job, su angustia le llevó a encontrarse realmente con Dios, a poder conversar con Él y recibir respuestas a preguntas que sólo Dios podría responder, también recibió restitución por todo lo que había perdido y su final fue mas esplendoroso que su propio inicio. En el caso de Jesús, su sufrimiento le dio la posibilidad de vencer a la muerte, de recibir un nombre que es sobre todo nombre y autoridad sobre todo pueblo, también le abrió a la humanidad la posibilidad de tener una relación personal con Él, esto definitivamente es glorioso.
Así que te invito a que cuando pienses en tu situación, no te enfoques en tu dolor, en la circunstancia o en la imposibilidad. Reciclar el dolor consistiría en ver más alto, piensa en las posibilidades que se te están abriendo y aprovéchalas y recuerda en todo momento que no vives para tí, sino para Dios.
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