Un sencillo acto de humildad

Mi hijo de dos años lleva unos meses adaptándose a la llegada de su hermanita. En un par de ocasiones lo he sorprendido intentando golpearla y ha tenido que pedir perdón. Me ha parecido increíble que a su corta edad, pedir disculpas pueda representar un reto e implique ceder ante emociones complejas y profundas. A los adultos nos pasa igual. Para encontrarnos en una posición en la que podamos reconocer que nos hemos equivocado y estar dispuestos ofrecer disculpas, necesitamos haber vencido nuestro ego, el orgullo, el sentido de justicia y haber adoptado una postura de humildad.

Vencemos nuestro ego cuando anteponemos la dignidad de la otra persona ante la nuestra. Es decir, cuando reconocemos que el otro es tan valioso como nosotros y le tratamos con respeto y empatía tal, que nos vemos obligados a doblegar nuestra propia dignidad con el objeto de reconocer y honrar a la otra persona.

Vencemos el orgullo cuando tenemos la capacidad de reconocer que somos falibles y que en nuestra falibilidad ofendimos y lastimamos a otra persona.

Muchas veces actuamos en nombre de la justicia o de la defensa personal y justificamos nuestros actos con estas banderas como una excusa para no reconocer nuestro error; olvidando que la Biblia nos manda a poner la otra mejilla cuando nos ofenden. Es en estos casos cuando debemos vencer nuestro sentido de justicia, renunciar a nuestro derecho de venganza, y reconocer que, si fuimos reaccionarias, seguramente ofendimos y debemos pedir perdón.

Personalmente considero que es más difícil pedir perdón cuando nuestro sentido de justicia nos dice que tenemos la razón. Recientemente me vi confrontada a pedir perdón a una persona que me había ofendido primero y pasé varios días luchando con ese sentimiento terrible de haber usado mi derecho de respuesta y ahora tener que pedir perdón por ello. Tengo que confesar que necesité mucha oración para poder tomar el teléfono y pedir perdón. En ese acto tan sencillo entregué ante Dios mi ego, mi orgullo y mi sentido de justicia y a cambio recibí paz y la alegría de haber recuperado una relación importante.

Las relaciones son un regalo de Dios y hoy quiero invitarte a no dejar que estas se pierdan porque tú no pudiste pedir perdón.

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